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La música en el puerto

Juan Jesús Aguilar

[publicado originalmente en Ensayo panorámico  

de la literatura en Tamaulipas (t. III). México: ITCA, 2015] 

 

 

Cuentan que hace diez siglos desembarcó en un 

puerto del Golfo de México que hoy llamamos Tampico, 

un extraordinario personaje blanco y barbado. 

Predicaba una nueva religión y conocía multitud de 

otras artes. Fue maestro de toltecas que lo hicieron 

su rey. Se llamaba Quetzalcóatl. Moró en Tula y en 

Cholula, y volvió a embarcarse en Coatzacoalcos. De 

esta manera se puede deducir que una de las culturas 

del México antiguo llegó a la altiplanicie desde la 

costa de una región que hoy llamamos Tamaulipas. 

Gutierre Tibón

n el corazón del Centro Universitario Tampico, la facultad de Música es una caja de ritmos y melódicas inundando el ambiente estudiantil. Magníficos edificios de sobria arquitectura con aulas circulares alejadas del mundanal ruido. 

Dentro de esa infraestructura de concreto y hormigón se yergue una construcción infinita y universal de conceptos musicales del espíritu universitario, constante movimiento adecuado a la pedagogía en boga, enseñanza–aprendizaje formal de ese arte, dentro de un proceso educativo–formativo en alientos, cuerdas, metales y percusiones de ejecutantes y creadores. Semillero, sin duda, de los hijos de Euterpe, vivero de la historia por venir que viene del ayer en el instante eterno.

El finisterre tamaulipeco con el puerto de Tampico desde tiempos precolombinos, tiene raíces musicales en la rítmica del trópico de Cáncer. Las sonoridades de la naturaleza seguramente fueron recreadas y armonizadas por nuestros ancestros. Los vestigios de un centro ceremonial huasteco en la ciudad, llamado Las Flores, son testimonio de música y danza a lo divino presentes en nuestros solares desde tiempos inmemoriales. No me cansaré de decirlo, porque no debemos olvidarlo. Historiografía y geografía histórica de la música en la cuenca del río Pánuco, son materias vírgenes para el estudio de la musicología en Tampico. Son asuntos ligados a la organología, etnología y paleografía musical necesarios a creadores y ejecutantes de la música en el puerto, sean del género culto o popular, para lograr obras de trascendencia extramuros en su forma, su interpretación y en el tiempo. Dice Bernstein: 

Los orígenes de la música son principalmente folklóricos, canciones y danzas para elevar plegarias, para ensalzar el amor, el trabajo y para celebrar algo […] que necesariamente tiene que ser terrenal. Después de todo, los minuetos de Haydn no son más que un refinamiento de las danzas rústicas germanas, y lo mismo acontece con los scherzos de Beethoven. Con frecuencia algunas arias de las óperas de Verdi se descubren en las canciones más simples de pescadores napolitanos. 

 

«De la prehistoria a los tiempos de conquista y colonización por europeos [...], los huastecos acompañaron sus danzas con música interpretada por teponaztlis, huehuetles, chirimías, sonajas de madera y con una piedra labrada en forma de campana, a la que hacían una serie de perforaciones y estrías que chocaban rítmicamente con otra piedra, entreverando su sonido al de las percusiones mientras las flautas arrancaban melodías mágicas de su cosmogonía». 

Llegada la segunda mitad del siglo XVI, las culturas precolombinas desaparecen y otras se modifican tomando nuevos perfiles. Instrumentos de caña y de percusión, como los mencionados, pasarían a ser objetos de museo, restos de tradiciones que mediante grupos indígenas sobrevivientes se conservan en sus festividades. 

 

Las ideas musicales religiosas y populares del coloniaje de español, portugués e italiano —con sus respectivas influencias predominantes de génesis— se diseminaron en casi todo el continente americano, comenzando a evolucionar en las raíces y la tradición para llegar innovadoramente a nuestros días con la música nueva en México. Luego se sumarían otras culturas e ideas musicales de pueblos e individuos en paso histórico por estos solares tamaulipecos, quienes han dejado y han llevado influencias y herencias voluntarias e involuntariamente. 

 

Tengo estudiado el fenómeno musical de Tampico, inserto en revistas de arte, cultura y sociedad, y en dos libros. Otra parte espera en fichas de trabajo a ser consignadas en obra. Aprovecho mi intervención coordinadora en estos textos del academicismo universitario para retomar mis publicaciones al respecto y contribuir con nuevas notas de la música en el puerto. 

 

Privilegio ser parte de la alta cultura mesoamericana, por haber sido desde los primeros de colonización, embarcadero de música que iba y venía por este puerto desde mucho antes de la invención de la radio y el fonógrafo. El privilegio implica responsabilidad, compromiso de mantener el culto a la música y aportar lo que nos corresponde en su crecimiento universal, hecho que ha venido andando desde le colonia a nuestros días, ahora sistematizado en la formación profesional de músicos y de compositores con la presencia de la facultad de Música. 

 

La más antigua tradición en Tampico son los músicos, su casta percute a la menor provocación, donde los mitos y leyendas afloran, la España mexicana baila y canta con todas las gotas de su sangre, y se nos viene lo europeo, lo gótico, lo moro, lo griego, lo romano... lo indio, lo mayence, lo tolteca, lo mexica, lo maratín. Lo andaluz es huasteco y al revés... esto es lo milenario de la raza cósmica que veía Vasconcelos. Música y danza ya eran nuestras: «los huastecos templarían las cuerdas de guitarras y violines para acompañar los bailes de la costa, de tarima o huapango, con derroche de décimas en pequeños desafíos literarios».

 

Gabriel Saldívar dedicó muchas páginas al estudio de la cultura en Tamaulipas, y en torno a la música y danza en las obras de Miguel de Cervantes, refiere a dos de la negritud americana, nativas de Nueva España o del Caribe, que tuvieron una difusión exacta, escandalizando por igual al Nuevo y al Viejo Mundo. Estas son La chacona y La zarabanda. De extracción popular pasaron a ser cortesanas y luego aristocráticas. Dice Saldívar: 

Cervantes en La ilustre fregona llama a La chacona india amulatada, y Lope de Vega la vio tan movida que «maleantes y fregatrices del baile se hacían rajas bailando», y además, El amante agradecido dice de ellas que De las indias a Sevilla / ha venido por la posta... Quevedo la llamó chacona mulata; y Simón de Aguado, en el entremés El platillo, de 1592, le da por letra: 

Chiqui, chiqui, morena mía, 

si es de noche o es de día. 

Vámonos vida a Tampico 

antes que lo entienda el mico; 

que alguien mira a la chacona 

que he de quedar hecho mona.

 

Y esa invitación a la población huasteca de Tampico, pudo hacerse de cualquier parte del interior de México o de alguna isla del Caribe, en donde pudo ser conocido tal nombre. 

 

Algunos hechos de la música en el puerto 

Gruesos ladrillos la constante de espesas citas para construir la palabra que natural y culturalmente hable por sí misma de los veneros históricos de la Facultad de Música de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Los vientos étnicos y aires cosmopolitas han provocado degustadores para todos los géneros musicales, y así, las preferencias porteñas encuentran en el huapango, lo afroantillano y el rock, sus episodios más sensuales. 

El bolero romántico clásico de tríos tiene un lugar privilegiado en los afectos del tampiqueño, hasta una esquina para la contratación de grupos. Lo expuesto hasta aquí explicaría nuestra pasión y sed por la música sin distingos, que puede ir del salzburguense Mozart al tampiqueño Rockdrigo González en sólo un paladar, si se es porteño del Tampico Viejo así haya nacido a fin de siglo. 

 

El puerto de Tampico tiene tradición de músicos y los porteños fama de frívolos. Reputación injusta de anodinos, debida al conservadurismo que forjó su carácter en el seno de rancias familias del centro de Tamaulipas, que se han encargado en difundir esa triste celebridad porteña. Los de Tampico somos gente malhablada y bullanguera, marcados en gran medida por una histórica huastequicidad y aquella espectacular entrada a la industrialización del país a la llegada del primer cuarto del siglo pasado. El hecho de tener raíces mesoamericanas y herencias culturales europeas modernas de primera mano, partiendo de comerciantes extranjeros que radican en el puerto desde del siglo XIX y de los foráneos de las compañías petroleras desde el XX, a más del hecho de tratarse de un puerto de altura, obvia la raigambre musical hecha tradición y la jocosidad de sus habitantes que hacen festejo de todo. Ambas características de acciones inseparables desde la óptica de la provincialidad rural en el resto del estado, logran una percepción de vacuidad porteña y envidias a una irrefutable tradición de músicos. 

 

[…] El puerto de Tampico ha sido entrada y salida de músicos y música que llevan o traen estilos en la decantación constante e intensa donde los géneros, por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial (1917), al entrar en conflicto la Unión Americana, la cuna del jazz (Nueva Orleáns), se transforma en base naval y se cierran salones de baile y tugurios donde la población se solazaba. Los jazzistas emigran a los congales de Chicago y Nueva York fundamentalmente, y algunos grupos son traídos a Tampico para amenizar los años fastos del auge petrolero, Belle Epoque fallida por falta de vigor del arte y la cultura locales, además del exceso festonado con mares de champagne y ríos de prostitución para todos los gustos y bolsillos. Historia a medias del optimismo que afectó a los inversionistas americanos y europeos en su gran mayoría, la misma que evocamos como tiempo desvanecido, historia de las ilusiones perdidas para quienes no la vivimos. 

 

Nuestra ciudad ha sido receptora, pues, de otros ritmos de cepa popular, a más del jazz, el blues y el swing. El hecho es que ha habido enseñanza-aprendizaje en el sentido whitmaniano de ser aprendices de los más lentos y maestros de los más avispados músicos y percusionistas. Desde que tenemos memoria el proceso educativo-formativo en el gremio de los filarmónicos siempre ha navegado en el puerto, sea bajo el método informal o el formal, y hay pruebas fehacientes para afirmarlo. 

 

El capitán George Lyon, inglés que desembarcó por Tampico en el siglo XIX, refiere la existencia de músicos con jaranitas y violines, nos habla de la presencia de algunas bandas de música no muy ortodoxas, integradas con metales y cuerdas, y nos describe ambientes en los bailes porteños donde asoma el asombro y la curiosidad del pueblo llano frente a la música cifrada, cuando apunta en su diario: 

 

Durante la tarde, el comandante y su esposa con algunos oficiales de la guarnición, me concertaron visita a la casa del cónsul, donde su hermana amenizó la reunión tocando el piano. Una multitud de nativos semidesnudos se amontonó rápidamente a las puertas y ventanas sin vidrios, como todas las del puerto, y se veían encantados con aquella música, y algunos niños maravillados porque la señora leía un libro mientras tocaba el instrumento. 

 

Otras muestras porteñas con ritmo 

Juan Álvarez Corral es biógrafo de músicos populares, dice que Luis Arcaraz inició su carrera musical integrando un conjunto en el Teatro Palma de Tampico (1928). La historia oral del puerto cuenta de Lorenzo Barcelata como agente del resguardo aduanal de Tampico en los años veinte, y que la canción Lirio azul de la montaña, primera reconocida públicamente, la escribió en el puerto el año de 1925. Su azarosa vida bohemia lo hace renunciar a la dependencia fiscal y encuentra trabajo con su primo, Hilario Barcelata, secretario de un juzgado, quien requería un copista de actas y documentos. 

La Chatita Cortázar, maestra de piano en Tampico y hermana del compositor Ernesto Cortázar, me refería alguna vez charlando que, antes de lograr fama su hermano, hacía trío cancionero con Manuel Pier y Nicolás Peralta, pero, debido a compromisos familiares de los dos últimos, formó otro grupo con Antonio García Planes y Alberto Caballero, y un buen día de 1925, escuchando la entonces única estación de radio, instalada en los altos del edificio y casa de artículos comerciales Tampico Novelty (antes calle Aduana casi esquina con Comercio), donde hoy se cruzan las calles Juárez y Carranza, les llamó la atención al forma de interpretar piezas románticas del Cuarteto Regional, que aquel día debutaba, integrado por Augusto Medina, Víctor Monreal, Ángel Andrés [El Chino] Castillo, de oficio chofer, y Lorenzo Barcelata. Ese mismo día Ernesto les propuso a García Planes y Alberto Caballero buscar de inmediato a la primera voz del Regional para sumarlo a ellos, y así fue, naciendo una amistad entre ambos hasta el fin de sus vidas, y juntos compusieron en el puerto piezas inolvidables, como el vals María Elena, dedicado a la esposa de Barcelata. 

 

José Sabre Marroquín y Cortázar hicieron respectivamente música y letra de La número cien, la anécdota de la composición es hermosa. El maestro Agustín Ramírez también vivió entre nosotros, otro amigo entrañable de Ernesto Cortázar, y fue influencia de los mencionados en el párrafo anterior a sugerencia de Ernesto las que animaron a Ramírez para su jocosa inspiración de La Sanmarqueña

Juan García Esquivel (1918-2002), nació en Tampico, pasó su infancia en Pueblo Viejo y adolescente fue a radicar a la Ciudad de México. De capacidades creativas rítmicas y revolucionario de la orquestación melódica universal, destacó como director de orquesta desde los veinte años, pianista, arreglista y compositor de vanguardia hasta su último día, echando mano de instrumentos futuristas, fue músico espectacular y sorprendente de fama internacional. 

La mezcla de elementos clásicos con toques de bongos, campanas chinas, rápidas intervenciones de guitarra, acordeón bajo, arpa judía y cuerdas mariachis, desconcertó a muchos de sus contemporáneos, pero fue bien acogido por los estudios de grabación, las productoras de cine y los críticos. La revista Variety dijo: «Esquivel es a la música pop lo que Aarón Copland a la música seria [sic] o John Coltrane al jazz». También lo consideraron «una especie de Busby Berkeley de la música cocktail». 

En fin, compositores como Alfonso Esparza Oteo, autor de La Rondalla y Un viejo amor, hicieron temporada de huella en su carrera en el Teatro Novelty. Músicos excepcionales como Hermilo Novelo se consideraba del puerto y vivió parte de su niñez en Tampico, donde comenzó a tomar clases de violín con el legendario maestro Giadans, y habría que sumar a esa tradición nuestra a otros valores iniciados en el arte musical entre nosotros, como La Torcacita, Los Hermanos Samperio, y los paisanos Genaro Salinas, Las Hermanitas Huerta, Las Tres Conchitas, Pepe Jara, Cuco Sánchez, Los hermanos Cantoral, Rockdrigo González y el maestro Mario Kuri Aldana, entro tantos que escapan a la memoria y han quedado inscritos por su talento en la historia de la música en México... 

Evaristo Aguilar, percusionista egresado de la facultad de Música de nuestra universidad y doctorado en Manchester, Inglaterra, trabaja desde sus primeros años en el aula como educando, una propuesta mexicana de ritmos huastecos en los foros internacionales más importantes con éxito académico y popular, propuesta enlazada a la multiplicidad de sonidos y ritmos de otros países, y ha recorrido el mundo alternando en foros, grabaciones y programas televisivos con los más destacados maestros de las percusiones universales. 

 

En el camino del aún joven tercer milenio habrá mucho por sembrar y cosechar en el puerto de Tampico y dentro de la facultad de Música de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, orgullo del finisterre de la noresticidad.

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Notas

1 Leonard Bernstein, El encanto de la música, [s.p.i.], 1961, pp. 41, 103.

2 “Cosmofonía de la naturaleza de huastecos”, en Juan Jesús Aguilar, Los trovadores huastecos en Tamaulipas, historia literaria musicológica     (Sedesol-ITCA-Gobierno del Estado de Tamaulipas, 2000).

3 Cfr. Tampico, cuna de sueños huastecos, Madero y Altamira, ciudades conurbadas (2 vols., México: Grupo Editorial Milenio, 2008); Juan Jesús   Aguilar, “Dos tiempos de calor y viento”, p. LI; Prólogo de Gabriel Saldívar al Informe de don José de Escandón al virrey de Nueva España sobre   los primeros actos culturales en la Provincia del Nuevo Santander, 1760 (México: Vargas Rea, 1943, p. 10).

4 Gabriel Saldívar y Silva, Música y danza en las obras de Cervantes y algunas de sus presencias en México, México, [s.e.], 1980.

5 Revista El Bagre.

6 Cfr. Juan Jesús Aguilar, Los trovadores huastecos en Tamaulipas, historia literaria musicológica, Sedesol-ITCA-Gobierno del Estado de Tamaulipas,   2000, p. 198.

“Juan García Esquivel”, Enciclopedia Microsoft Encarta Online 2008: http://mx.encarta.msn.com.

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