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Panecillos con crema y jalea

María Luisa Govela

Lo más sabroso eran esos panecillos calientes

que servían con el té de la tarde, acompañados de una crema espesa y endemoniadamente deliciosa que tenía que ser de vacas locas de enormes ubres, como las tetas de aquella actriz nórdica Anita Ekberg a quien cantaban “Mamita mi leche, queremos más leche” en una vieja película que viera en la televisión. Además, al lado de los panecillos, servidos en una hermosa vajilla de porcelana Worcestershire de la región, ponían tarritos de aquella jalea maravillosa de zarzamoras que te hacía agua la boca. ¡Como para chuparse los dedos! Los compañeros del curso empezaban a mirar sus relojes desde las cuatro y media, saboreando anticipadamente el agasajo. Y había que ver aquellas mesitas redondas de ébano oscuro tan bien labradas, decoradas con enormes ramilletes de hortensias azules y rosas recién cortadas de los frescos jardines, y los manteles bellamente tejidos con ganchillo que hacían juego con los visillos en las ventanas de semiarco que se abrían sonrientes a la belleza esmeralda del campo de Devon. Eva se sentía en la antesala del paraíso. 

 

Era una experiencia que nunca iba a olvidar, ese convivir con colegas de treinta y ocho países diferentes en aquel curso para maestros de inglés. No conocía las lenguas primeras de los otros, pero todos se comunicaban en inglés, su segundo idioma, lengua que les había permitido vivir esta experiencia. ¡Suerte que obtuvo la beca! El curso estaba resultando ameno e interesante, pero el paisaje de las bellas aldeas y ciudades inglesas y el intercambio con personas de tan distinto origen eran la verdadera aventura cultural. 

 

Cuando la colega inglesa y su marido, dueños de unas escuelas de inglés en Brasil, la invitaron a visitar el Lake District, había aceptado encantada. En Hungría, su país, el salario para maestros de inglés era bajo y la invitación de Samantha y Kevin le permitiría conocer más de Inglaterra sin tener que gastar tanto. Aunque debía admitir que le parecían ligeramente extravagantes. El hombre había llegado cantando, con una botella de Bacardí brasileño, anunciando que se trataba del whisky de Brasil. Se pusieron tremenda borrachera. Eva nunca pensó que terminaría compartiendo su cama. Mientras Samantha envolvía dulcemente los pezones de Eva con rica crema de Devon, Kevin sorbía lentamente la jalea de zarzamoras con que había decorado su pubis. 

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